A medida que nuestro modo de vida ha ido
cambiando, la diabetes de tipo II ha pasado de ser una enfermedad prácticamente
desconocida a convertirse en un trastorno que afecta al 8 % de la totalidad de
la población adulta, al 13% de las personas mayores de cuarenta años y al 20%
de los mayores de sesenta y cinco. Aunque la obesidad eleva sustancialmente el
riesgo de padecer diabetes, el sobrepeso ligero ya aumenta la probabilidad de
padecerla.
Del mismo modo, independientemente de que
seamos obesos o no, nuestro estilo de vida sedentario también eleva el riesgo
de sufrir diabetes de tipo II. La inactividad lleva a la resistencia a la
insulina y a la prediabetes, precursoras de la diabetes de tipo II.
Además de la edad, el sobrepeso o la obesidad y
la ausencia de actividad física, la herencia también desempeña un papel
importante en la diabetes.
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Aunque todavía no se han identificado todos los
genes que subyacen a la obesidad, el síndrome metabólico y la diabetes, el
riesgo de padecer estas enfermedades y trastornos se hereda. Sin embargo, ¿cómo
podemos explicar el elevado riesgo de heredar estos trastornos de efectos tan
devastadores?, ¿cómo explicaría Darwin el proceso de selección natural que
lleva a la diabetes?. El riesgo de heredar y, por tanto, padecer obesidad,
diabetes y resistencia a la insulina que subyace a la mayoría de los casos de
diabetes II tiene sentido según una teoría denominada "teoría del gen
ahorrador". Hasta hace poco siglos, los seres humanos vivían en peligro
constante de padecer hambruras y los genes "ahorradores", cuya
función consiste en reducir el consumo de energía y les costaba mucho encontrar
alimento, consumir menos energía les protegía de morirse de hambre.
Sin embargo, según la teoría del gen ahorrador,
los mismos genes que nos protegen durante las hambruras nos hacen vulnerables
cuando abunda el alimento, es decir, una respuesta adaptativa ha pasado a ser
incapaz de adaptarse. Dicho de otro modo, los genes que protegieron a nuestros
ancestros primates durante casi un millón de años, nos han hecho vulnerables en
los últimos siglos, porque para la mayoría nos es fácil conseguir alimentos y
vivimos sin apenas tener que hacer esfuerzo físico alguno.
La obesidad, la diabetes, el síndrome
metabólico y las enfermedades cardiovasculares que les acompañan constituyen
los principales problemas de salud no sólo en el mundo occidental, sino también
en Asia, África y Sudamérica. La
propensión heredada a padecer diabetes de tipo II emerge cuando el estilo de
vida poco saludable y la obesidad entran en juego.
No podemos modificar nuestros genes
ahorradores, pero si cambiar nuestro estilo de vida. Y es más, en la actualidad
disponemos de datos, especialmente los derivados del estudio multicéntrico
Programa para la Prevención de la Diabetes, que demuestran que los cambios en
el estilo de vida son realmente efectivos. No es necesario restringir la
alimentación a ciertos tipos de comida ni entrenarse para un maratón:
clínicamente se ha demostrado que unos sencillos cambios ayudan a prevenir el
síndrome metabólico, la prediabetes y la diabetes.
A diferencia de Superman, que puede modificar
lo que ha sucedido si vuela muy rápido, nosotros no podemos volver atrás: si
padece diabetes de tipo II, se debe de estar preguntando si las modificaciones
en el estilo de vida que podrían haberlo evitado le servirán de algo ahora. La
respuesta es que sí: los mismos cambios que podrían haber prevenido la diabetes
pueden ayudarle a tratarla.
Por muy importante que sea el modo de vida en
la aparición de la diabetes de tipo II, quizá aún lo sea más a la hora del
tratamiento, tanto de la diabetes de tipo II como de la de tipo I. La diabetes
es una enfermedad crónica única, en el sentido de que se ve afectada por todos
los aspectos del modo de vida: la alimentación, la actividad física y los
estudios, el trabajo y el desplazamiento.
Mientras muchas enfermedades requieren que se
preste atención a los fármacos que se han rescatado, la diabetes exige una
atención y una vigilancia constantes de horarios y contenido de las comidas y
actividad física, también de control de la glucosa y administración de
fármacos, como la insulina, sin olvidar el cuidado de los pies y toda una serie
de tratamientos personales indispensables. Y la diabetes si se descuida, aunque
sea tan sólo unas horas, se lo hará pagar con una hipoglucemia o una
hiperglucemia muy desagradables y potencialmente peligrosas.
Si miramos la parte positiva, durante los
últimos veinte años, los ensayos clínicos nos han demostrado que las personas
diabéticas pueden ser longevas y vivir plenamente y sin complicaciones.
El resultado de este control tan estricto sobre
los niveles de glucosa, la tensión arterial y el colesterol es gozar de mejor
salud a largo plazo. Si se consigue mantener los niveles de glucosa en sangre
en cantidades relativamente normales durante años, se reduce la aparición y el progreso
de complicaciones oculares, renales y del sistema nervioso que, de otro modo,
acabarían con la vista, la función renal y los miembros del enfermo.
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